Revista
Tendencias del mercado del arte, noviembre de 2013.
Mir y Meifrén dos visiones de la luz y del paisaje catalán.
La Galeria Jordi Pascual inaugura la nueva temporada con una exposición dedicada a dos grandes pintores: Joaquim Mir (Barcelona 1873 – 1940) y Eliseu Meifrén (Barcelona 1859 – 1940), considerados de los mejores paisajistas de principios del siglo XX, que dieron un giro a las influencias del impresionismo. La exposición, titulada
Mir-Meifrén, la forman veinte óleos, entre paisajes y marinas, y el objetivo de la galería es mostrar cómo entendían el paisaje dos personalidades contemporáneas entre sí y que llegaron a un estilo propio muy personal.
Se trata de dos artistas con una gran fuerza interior, que buscaron su propio camino al magen de los movimientos artísticos del momento; dos artistas que no sólo llegaron al virtuosismo, sino a una renovación pictórica, no tenida en cuenta con la llegada de las vanguardias, pero que la revisión actual necesita reivindicar. Se llevaban 14 años y compartieron el ambiente artístico de la época, como la formación en La Llotja, las tertulias de Els Quatre Gats, la luz de la Escuela Luminista de Sitges, con sus amigos Rusiñol y Casas, la fascinación por Mallorca, la pasión por el paisaje, el gusto por los jardines soleados y llenos de color, y que hoy ambos están representados en el Museo del Prado. Dos paisajistas, dos enfoques: Meifrén, maestro de la luz, de la recreación de la atmósfera, gran colorista -y muy armonioso- con una pintura sumamente elegante, y Mir, también maestro de la luz, de una viva expresión del color y de una visión del sentimeniento del paisaje en ocasiones muy próxima a la abstracción, especialmente evidente ya en sus paisajes de su estancia en Mallorca (1899-1903), un momento muy temprano en relación a las tendencias de la abstracción de las vanguardias.
Meifrén, ya de joven, tenía interés en pintar marinas románticas, y sus primeras pinturas fueron del puerto de Barcelona, su ciudad, donde observando el mar llegó a ser un maestro de mares agitados y serenos. Su primer viaje a París fue en 1878, cuando se acababa de presentar la Primera Exposición del Impresionismo en 1874, aunque él no adoptó el impresionismo sinó que siguió su camino experimentando con la atmósfera y la luz; viajó por Italia, recalando en Roma, donde coincidió con los preciosistas de la Escuela Española de Roma; volvió a Barcelona, aunque no dejó de viajar y recoger éxitos, premios y medallas por muchos países. En esta exposición puede verse la elegancia de Meifrén, su dominio de la atmósfera, y un gusto casi romántico ante el paisaje, que nunca abandonó;
Martigues, por ejemplo, el pueblo marinero que fascinó a su algo más joven contemporáneo, Raoul Dufy (1877 – 1953), es de una gran serenidad en comparación con las festivas pinturas del pintor fauvista.
Mir, después de sus años de formación en Barcelona, donde formó parte de la Colla del Safrà, junto con Nonell, Vallmitjana, Canals y Pitxot, acompañó a Rusiñol a Mallorca y quedó totalmente fascinado por la isla, su paisaje y su luz mediterránea, tanto, que se quedó en ella durante unos cuatro años. El espíritu de Mir llegó a fundirse con la naturaleza, sin melancolía, con una gran expresividad en el color, que no dependía de la evolución de la luz del día, como en los impresionistas, sino de su sentimiento frente al paisaje, lo que le convirtió en un pintor extraordinariamente moderno, que en ocasiones estuvo muy cerca de la abstracción. Pintó pueblos, paisajes y jardines, enalteciendo el ambiente de la vida rural, como se ve en
La Masía, un ambiente al que fue entregando su vida y sus campañas pictóricas; su última etapa transcurrió en Vilanova i la Geltrú, el pueblo de su mujer, un pueblo marinero junto a Sitges, donde Mir fue recuperando representaciones más realistas: en Paisaje de Vilanova puede verse la vida apacible en el campo junto a una vegetación en primer plano exultante de color y gestualidad.
Anna Camp